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AUTOBIOGRAFÍA: MAYRA LISSETH HERNÁNDEZ SALAZAR |
En la complejísima empresa de hacer mi autobiografía acudí primero a descubrir la etimología de mi nombre, pues pienso que desde ahí puedo empezar a construir la historia de mi existencia, pues de cierta forma mi nombramiento me hizo existente para el mundo. Escudriñé rápidamente en un buscador de internet y con mucha curiosidad y un poco de risa burlona me aventuré a leer la respuesta que me otorgaba una página cuyo nombre no es relevante en esta sencilla y humilde historia, esta me ofrecía no la etimología de mi nombre sino su significado… MAYRA: Nombre Femenino con origen en el latín, significa maravillosa. Yo no lo dudaría dejando de lado la modestia que me caracteriza, proseguí… en su naturaleza emotiva es amable y condescendiente. Suave, cordial, sagaz. Ama la armonía de las formas y los métodos persuasivos. Le gusta sentirse alabado. Creo que cualquier persona que lea mi memorias podrá deducir que tan cierta es la información que aquí presento, por ahora expondré los talentos naturales que me arrojó la web… Es mente de pensamiento firme. Se expresa como pensador ágil, con capacidad analítica y tendencia a armonizar contrarios. Ama complacer y recibir.
Me sorprendió que esta paginilla donará tanta información sobre algo, con una seguridad casi peligrosa y un poco ambiciosa, pretender que el significado de tu nombre dado por cualquiera de estos locos que frecuentan las redes comunicativas te diga cómo eres y en qué eres bueno a partir de tu calificativo existencial es absurdo y hasta tonto, pero debo reconocer que me sorprende aún más que un ser “x” sepa más qué decir sobre mí que yo misma. Sin embargo, me apoyaré de esta respuesta para empezar a dar un bosquejo de mi vida, especialmente de mi vida escolar.
Sin duda alguna es el hecho irrefutable del lenguaje el que me permite como ser humano hacer aprehensión de este mundo maravilloso en el que habito, simbolizarlo y expresarlo; es el medio que me permite por medio de la palabra reconstruir mi historia, una historia que no hablará tanto de mi vida y personalidad sino del proceso en el que desarrollé ciertas habilidades lingüísticas: leer y escribir, habilidades que me permiten ingresar a la sociedad y desempeñar un papel en ella.
Nací en una comunidad lingüística bella en su geografía y sabrosa en su gastronomía, sí señores, las hermosas tierras de un departamento llamado Santander en el país de Colombia. Mi madre es una hermosa y todavía joven mujer cuyo nombre solo diré que es Martha, y, mi padre es un hombre trabajador no tan joven como mi madre, pero quiero creer que no está cerca a la vejez, un hombre a quién durante veinte años he llamado Luis y quien en correspondencia me ha llamado “Maya”, la misma de pensamiento firme y ágil, según la respuesta del buscador, más el agregado de la capacidad de analizar. Lo cierto es que hace quince o catorce años no estaba tan segura de ello y creo que tampoco era consciente de lo que era y conllevaba la capacidad analítica, capacidad que hoy en día me salva la vida en la universidad y me permite explorar mundos maravillosos traspasando las puertas que la cubierta de los libros nos presenta, siempre de forma distinta, seduciéndonos con uno u otro tema.
Recuerdo vagamente que fue mi madre la que a la edad de cuatro o cinco años me inició en el camino de aprender a leer y escribir, supongo que ahí me toco echar mano de ciertos talentos que según el significado de mi nombre tengo… el que ya había mencionado: pensamiento ágil, porque había que ser ágil para hacer las pequeñas tareas que se me imponían; actitud para complacer, y, no tengo duda de que este talento fue el que me evito más de una tirada de oreja, pues hay que ser muy complaciente para realizar planas y reconocer letras, sílabas o palabras en algunas revistas para satisfacer los caprichos “educativos” que mi mamá tenía conmigo; fue ella, mi mamá la que siempre estuvo presente durante el proceso de mi alfabetización y la que con un nudo en la garganta ante mi estrepitoso llanto tuvo que dejarme en la guardería, pues esta dulce señora junto con mi padre pensaban que era lo mejor para iniciarme en el mundo de las letras. La guardería o el también llamado jardín de niños era un mundo que venía acompañado de llamativos crayones de colores, juguetes, lindos y enormes letreros, profesoras, niños llorones, un parque y una casita de juguete más grande que nosotros.
Así pues, me encontraba ya inmiscuida en un mundo pueril que me permitía disfrutar de mi niñez y que, a cambio, me exigía la obediencia necesaria para desarrollar algunas actividades que esos niños con bigote y niñas con labial consideraban adecuadas para mi sano crecimiento y el de mis compañeros, deduzco que es por eso que el significado de mi nombre dice que amo complacer y recibir. Yo ingresaba al sistema, al proceso de regularización de mi conducta para complacer en ese camino a mis padres y profesores, en concordancia, recibía educación, afecto, dulces de recompensa por hacer bien lo que se me pedía y ante todo el regalo que para la capacidad de consciencia de la que gozaba entonces pasaba inadvertido: la exploración de mis habilidades lingüísticas, el código escrito y por ende el oral.
No obstante, debo aclarar que el código escrito y oral no era algo que se me diera y que yo utilizara de forma perfecta, sino que fue algo que yo debía perfeccionar, algo sobre lo que yo debía trabajar si quería gozar de los beneficios que este regalo me otorgaba.
El obsequio que se me quería dar se parecía mucho a la bicicleta que mis padres me habían regalado para navidad, este objeto de juego me garantizaba diversión, representaba risas y esparcimiento, pero para que así fuera y yo pudiera disfrutar realmente de ella tuve que aprender primero a montarla, darle dirección, aguantar dolorosas raspadas, recibir regaños del vecino por los choques inesperados, entre muchas más cosas que me hicieron sufrir un poco. Es por eso que digo que el proceso de aprender a leer y escribir fue para mí como aprender a montar bicicleta, pues este también requiere de tiempo, dedicación y esfuerzo, aunque debo confesar que la bicicleta resultaba mucho más divertida y atractiva para mí por ese entonces que adquirir las competencias de la lectura y escritura.
Para continuar, luego de la guardería vino la escuela, un hecho traumático para muchos, ya que eres tú solo contra el mundo y la falda de tu mamá está muy lejos para albergarte, te ves inmerso en un mundo desconocido y extraño. Sin embargo, es como dicen: emprender un nuevo camino te obliga a abandonar otros. De esta forma, al empezar con nuestro primer año escolar nos vemos obligados a hacer las cosas por nosotros mismos, a socializarnos, a prestar atención a temas que antes no nos habían interesado y que la guardería no trataba.
Al iniciar en la experiencia escolar te ves obligado a dejar de lado el camino del juego eterno, el de la locha duradera y, por ahí, el de la ignorancia. Entonces, la lectura y la escritura se encuentran en una sola línea, se convierten en la puerta de entrada al conocimiento, a mundos fantásticos, historias de brujas, príncipes y princesas, a vidas ejemplares, problemáticas y censuradas, a números pares y que hasta son primos, en fin, a tantos y tantos caminos a los que sólo puede abordarse abriendo la puerta del saber leer y escribir.
Bien, cinco años tenía yo cuando entré a “Kínder”, seis cuando entre a primero… en este grado ya sabía decodificar oraciones, sabía escribir algunas cositas y seguía siendo niña. Entonces, puedo deducir que desde niño te empiezas a dar cuenta de que tienes una serie de deberes que van aumentando con el transcurrir del tiempo, ya no sólo puedes jugar, es más, si quieres hacerlo debes primero hacer la dichosa tarea, tan emocionante para unos y tan tediosa para otros. Desde pequeñitos se nos prepara para lo que los adultos llaman vida y futuro, y aunque para el niño de cinco, seis años o menos esto aún no es comprensible tiene que resignarse a ser el protagonista de esa empresa que para mis padres y para muchos sólo puede reflejarse en la escuela.
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GRADUACIÓN DE KINDER |
Fue así como el primer grado trajo para mí una vieja amiga, mía y de mi mamá: la profesora Isolina, eso me complicaba las cosas, el ser amiga de la profesora hacía que ella esperaba mucho de mí, por ello, era exigente en sus cosas, además, que peor situación podría haber en aquellos tiempos, tu madre y tu profesora se confabulaban para discutir sobre ti.
Retomando, aprender a leer me permitía hacer una lectura de diversos códigos inmersos dentro del signo lingüístico, yo ya veía matemáticas, ciencias naturales y otras materias de las que no me acuerdo. Puedo decir con orgullo que tenía un buen rendimiento académico, que no era bruta como algunos padres gritaban a sus hijos en las entregas de boletines y eso era un alivio para mí y mi familia.
Qué tanto sufrimos en el intento de cruzar la entrada a mundos nuevos, cuántas lágrimas me costó el deseo de querer volver actos performativos las palabras leer y escribir. A mí en especial no me costó mucho hacerlo, tuve la bendición de tener una madre que siempre estuvo ahí para acompañarme en el reto asignado que me encaró desde el momento en que pisé el aula de clase. Ella, Doña Martha Zulay, como le decía la gente, fue la encargada de acompañarme y guiarme por esos pasos oscuros y bellos que presentaba el camino de la alfabetización, la instrucción y la culturización. Todas las tardes sin falta fue testigo fiel de aquellas tareas que parecían interminables para mí y para ella, de los borrones que en ocasiones rompían la hoja o la manchaban. Ella, aquella que tenía que asumir el rol de madre autoritaria e insensible para que yo lograra aprender cómo se escribía “mamá” .Tiempos aquellos en los que me gane más de un grito, más de una sacudida e incluso en los momentos más desesperantes, porque yo quería ir a montar bicicleta y jugar con mis amigos en vez de hacer la tarea, un chancletazo o la tan nombrada mechoneada, muy exitosa por cierto, ya que mi madrecita siempre me hacía dos colas y tenía de donde agarrar, debo aclarar que las colas me las hacían para que el cabello no se me viniese a la cara, no había perversidad en el peinado que me hacían.
Así, con el pasar de los años, con el ascenso a los grados escolares todo se va haciendo más complicado, sin embargo, todos es proporcional a las capacidades que se posean, es decir, si podía ir avanzando era porque estaba logrando el desarrollo de las capacidades que me permitían hacerlo. Reconozco que la época de primaria y el colegio fueron muy agradables para mí, allí conocí a mis primeras amigas y la carga académica se hacía sobre-llevable ya que compartíamos el mismo mundo, allí en la Escuela Norma Superior Francisco de Paula Santander de Málaga estudié, jugué, peleé, lloré, hice picardías, practicaba deportes y conocí el amor, pero todo giraba alrededor de las materias a las que podíamos tener acceso y entendimiento por el lenguaje.
Sinceramente no sé en qué momento pasé de decodificar oraciones a entenderlas, no sé ni siquiera en qué momento ya me permitía hacer lecturas del mundo. Esto es algo que agradezco profundamente.
Tenía ya casi los once años cuando ya me permitía leer “El viejo y el mar”, de Ernest Hemingway, un libro que me traspasaba el olor y la vista de un mar que no conocía, diversos personajes y situaciones, recuerdo que era la pobreza que allí se mostraba la que me impactaba. Los libros que recuerdo haber leído en ese entonces no tenían el valor que hoy representan en mi vida, entre séptimo y noveno pasé por “Tabaré”, Juan Zorrilla; “María”, de Jorge Isaacs, “El cantar del Mio cid” (anónimo), “El lazarillo de Tormes” (anónimo), la “Ilíada”, de Homero; “Crónica de una muerte anunciada”, de Gabriel García Márquez, escritor que me gustó desde esos tiempos y que me sigue gustando ahora, al que le tengo un profundo respeto y hasta cariño, sin importar lo criticado que sea. Luego, vinieron a mi “La colmena”, de Camilo José Cela, libro que francamente leí superficialmente, ya que nunca comprendí realmente su importancia en la literatura española, “El carnero”, de Juan Rodríguez Freyle - “El quijote de la Mancha”, Miguel de Cervantes entre muchos otros. Por un lado fui afortunada porque sea como sea me vi obligada a hacer la lectura de muchos de los libros con los que he trabajado en la universidad, por lo menos me fueron dadas ciertas nociones y bases sobre literatura. Lo anterior, me hace pensar en lo errado que se presenta la enseñanza del español y la literatura en los colegios.
Enseñar a leer debe tener un sentido, debe preparársenos para saber recibir los contenidos que otros escriben, no sólo de literatura sino los textos de todas las áreas del saber, aprender a trabajarlos, degustarlos y discutirlos. Saber leer va mucho más allá de una simple decodificación, de memorizar renombrados escritores y obras. Saber leer implica comprender y entender, analizar y abstraer lo que más nos sirve.
Por mi parte fui afortunada, siempre se me estimuló, se me adentró en el mundo de los mitos, las leyendas, las fábulas y las novelas. Algunos profesores nos asignaban lecturas, nos orientaban sobre ellas y trataban que sus estudiantes comprendieran siempre lo que se les trataba de explicar. No obstante sé que muchos no corrieron con esa suerte, y mucho menos tuvieron la oportunidad de estar en una biblioteca como la de mi colegio, grande, dotada de gran cantidad de libros, dividida por secciones según las edades y, además, había un área asignada para realizar las tareas y otra dedicada sólo a la lectura lúdica, todo lo anterior bajo la música clásica de fondo que la bibliotecaria debía poner. Era casi un santuario para mí, santuario que evoco con nostalgia. Ahí leí varios libros interesantes, libros que discutía con una prima cuya edad era mayor. Discutíamos y nos aconsejábamos lecturas, por ella conocí a “Enemigo Público # 1”, de Jaques Mesrine y “Carrie”, de Stephen King, “Tensión”, de Christian Barnard, entre otros. Nombro estos libros porque los tengo en gran aprecio. Es necesario mencionar también que fue por mi profesora de décimo grado como conocí a Poe, uno de mis escritores favoritos y del que trato de leer todo lo que encuentre.
El tacto y la cortesía también acompañan al significado de mi nombre, lo único que puedo decir sobre ello es que seguramente los adquirí vagando por algunos libros, ya que lectura educa.
No sé porque me gusta leer, jamás vi leer un libro a mi padre, el siempre se dedicó a los negocios y lo que más sabía era sobre dinero, mi madre era su apoyo incondicional, tiene una inteligencia y perspicacia envidiable, tiene sus estudios, sin embargo, nunca ejerció por dedicarme su tiempo a mí y a mi hermana, niñita curiosa e imparable a la que sólo le llevo tres años. Supongo que mi madre hizo un acto de verdadero altruismo por nosotras, por ello siento que jamás me va a alcanzar la vida para agradecérselo, por el momento sólo puedo amarla. Ella sí lee, incluso recientemente la vi llevando a cabo este majestuoso acto, no lo hace seguido porque su trabajo actual no se lo permite. Lo cierto es que el camino de la lectura y la escritura presenta sus tropiezos pero nos dota de grandes cosas.
En cuanto a mi puedo decir que me llamo Mayra Lisseth Hernández Salazar, Mayra viene del latín, como lo decía la respuesta de la red , de los términos matriz y madre; el Lisseth viene del francés Lissae y el apellido Hernández tiene su origen en el reinado de Hernando en España. Puede ser que el origen de mi nombre este destinado a mi vida actual, pues en el presente curso el programa de la Licenciatura en Español y literatura, y estudió francés. Tengo veinte años, piel blanca, ojos miel, cabello oscuro, muchos sueños, proyectos de viaje, familia, amores, amigos, profesores y conocidos. Amo ir a la Universidad, amo leer poesía, a Márquez y a Poe, me fascina el cine y las novelas de terror, de igual forma las de amor. Soy curiosa, observadora y deportista, me río sola de mis picardías, y, en ocasiones, me pongo a filosofar con la gente. Jamás me había preguntado por cómo había aprendido a leer y escribir, por si me había costado o no, hasta que un profesor de la universidad me hizo caer en la cuenta de ello en una clase de pedagogía. ¿Cómo había aprendido a leer y escribir? Espero haberlo resuelto en este escrito, y si no logré hacerlo por lo menos espero haberme acercado.